La sexta corona que el piloto británico de Mercedes acaba de conseguir este domingo en Austin, sus números son increíbles y está a punto de alcanzar al Kaiser. A las puertas de la última temporada de la era híbrida tal y como la conocemos, Mercedes ha sacado tajada de la inercia que arrastraba para encadenar su sexto título consecutivo, el quinto en seis años de su corredor franquicia, buque insignia de la marca de la estrella y la celebridad con más gancho del campeonato.
En Estados Unidos, su segunda casa, a Lewis Hamilton le bastaba con cruzar la meta el octavo para conseguir su objetivo y terminó el segundo después de remontar desde la quinta plaza de la parrilla, en una carrera dominada por Valtteri Bottas y que supuso el noveno doblete para el constructor de Stuttgart. La flojera que sobrevino a Ferrari en el primer tramo del curso su primera victoria no llegó hasta Spa, pasado el verano y la falta de rodaje de la alianza entre Red Bull y Honda dejaron pista libre para que la estructura de Brackley campara a sus anchas y firmara el mejor arranque de una escudería en la historia del certamen, con una racha de triunfos consecutivos en las ocho primeras paradas del calendario.
La reacción de la tropa de Il Cavallino Rampante llegó demasiado tarde y todavía hoy va acompañada de la sombra de la sospecha, relacionada en este caso con la legalidad de la última actualización del propulsor de los bólidos rojos. Hamilton, en cualquier caso, aprovechó las dudas de la competencia y la endeblez de su vecino de taller para dar un estirón que dejó al resto sin capacidad de réplica –acumuló nueve victorias y dos segundos puestos en las 12 primeras pruebas.
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